Mentimos por muy diversos motivos. Mentimos para parecer lo que no somos intentando dar aquel aspecto que en un determinado momento nos convenga. Fingimos ser intelectuales cuando no los somos. Mentimos para no hacer daño, para acercarnos a los demás, para que nos acepten. Mentira y autoestima están íntimamente relacionadas. Fingimos interés por el medioambiente cuando en realidad no somos capaces de reutilizar ni reciclar nada y lanzamos el aceite de freír por el fregadero sin rubor alguno.
Mentimos para ser diplomáticos o para no dar excesivas explicaciones. Si analizamos lo que decimos o lo que dicen los que están alrededor nuestro, aquellos a los que más conocemos, nos damos cuenta de que nuestras conversaciones están plagadas de mentiras o al menos, de medias verdades.
Nos enseñan a mentir desde pequeños por todos esos motivos y algunos más. Comenzamos a mentir con dos o tres años alentados por los que nos rodean porque no podemos decir todo lo que pensamos y vamos mintiendo cada vez más a medida que crecemos. Todos mentimos. Yo miento.
La mentira es analizada como un signo de inteligencia. Algunos estudios demuestran que los niños que más temprano comienzan a mentir son más inteligentes pues han desarrollado determinadas habilidades, necesarias para construir una mentira, desarrollarla, mantenerla y memorizarla para no contradecirse. Lo más gracioso es que nuestros propios padres, los que nos obligan a mentir en determinadas situaciones, nos amenazan con un castigo si les mentimos. Desde pequeños aprendemos a diferenciar entonces cuándo debemos mentir, cómo debemos hacerlo y qué mentiras no se dicen.
Todos mentimos pero todos odiamos que nos mientan o al menos odiamos determinadas mentiras.
Confieso que no me gusta que me mientan, no me gusta que me engañen, no me gusta que me hagan tragar una bola enorme. Hay mentiras muy dolorosas, Creo que la mentira, tiene un límite; pasarlo es cuando menos insano.
¿Qué opinan?
¿Creen que mentimos demasiado?
¿Saben mentir?
Espero que tengan un feliz comienzo de semana.